Plaza de Jesús.

En memoria de mis abuelos, Antonio y Dionisia.
 
La Plaza de Jesús.
La Plaza de Jesús, era el ágora más vivo de la localidad. Situado ahora, en el norte de Torrecampo, es un espacio urbano donde convergen la calle del Mudo, la calle Santiago y las prolongaciones de Jesús.
Antaño, un majestuoso peñón de granito invitaba a su tallaje visual. Era, como si la materia prima estuviese reservada para la escultura de un emérito e ilustre tiznao. En su lugar, a comienzos de los 80 colocaron una fuente de leones que arrojan agua por la boca en los días más señalados. Parece como si guardasen la zona ajardinada del centro de la plaza.
Si miramos dirección norte, encontraremos la fachada de la Casa Consistorial, en otro tiempo lugar de docencia e ilustración, donde impartió su notable magisterio el maestro Don Arturo.
Al sur, las fachadas de renombre, guardan el amargo sabor de la incruenta historia que no deberá volver, pero también el lúdico recuerdo de las adelfas. Rememorando nuestra intrahistoria vienen al lugareño dulces tiempos de niños pequeños en torno a una cabina de teléfonos, junto a una antigua droguería.
Al oeste, encontraremos una casa histórica, con la torre parroquial asomándose por los tejados. Y hacia oriente, tendremos el cuadro más significativo de la estancia: la ermita de Jesús Nazareno y la casa adintelada que, en otro tiempo, albergó una mercería y tienda de zapatos.
Si nos desplazamos justo hacia ese lugar, veremos la imagen más conocida de Torrecampo, la puerta del arco con el Museo del Moro. 
Mirando a la derecha veremos una de las portadas más bellas: la casa del Casino con una excelsa portada de granito coronada por la heráldica del Santo Oficio.  Al fondo se puede apreciar la que en su día fuera la más comercial de todas las calles: la calle San Antonio.
La plaza despide y saluda cada año, protesta, se manifiesta e invita a la conversación. Es lugar de oración y de canto, de música y de silencio.


Aunque tal vez sean vagos recuerdos que me llevan a una plaza que me vio crecer, subido en una bicicleta o leyendo el Senda 3, con la maravillosa historia de Pandora.

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