El fin del verano


La luna viene con encanto a quedarse frente a este crespúsculo vespertino. El sol se pide un descanso, y por hoy se hunde bajo la montaña algo más pronto que ayer. Las luces de la ciudad van encendiéndose.
Llega la noche, sin haber sido invitada, a cumplir con el cometido de la quietud y nos sorprende sin haber cenado todavía.  Todo vuelve a su lugar. Un nuevo ciclo comienza.



Con el tubo de dentrifico en la mano, escucho por la radio una tertulia. Se recuerdan las tormentas de primavera, algo pasajero, un quiero y no puedo, un ir y venir de finales de mayo. ¿Qué fueron de aquellos raudales de agua? Hoy son aguas mansas que bajan por la ladera y su rumor ha callado el sonido de la chicharra.

Los colegios mañana se llenaran de niños ilusionados por un curso nuevo. Es el tiempo, que como dice el genio nunca es perdido. Los minutos escolares irán llenando las mochilas de la experiencia, y con suerte, alguna de ellas, albergará sus trofeos. El estudio y la curiosidad es el mejor de los regalos que ser humano ha creado para sus infantes.

Con los años, algunas personas pierden esta sensación. Y su interés por la vida no tiene mayor alumbramiento. Son como el sol que ya se puso hace unos minutos. Quizá mañana, cuando despierten vuelvan a tomarse un tiempo para aprender algo nuevo.

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