Llamar a cada cosa por su nombre.

Estirar la semántica, hasta el punto de tergiversarla, es ir contra el octavo mandamiento católico o contra la honradez intelectual. Por eso, es bueno llamar a cada cosa por su nombre.
Quien utiliza el léxico con la técnica del subterfugio no es persona de fiar.  Y ya hay tantos términos bañados de hipocresía que todo el sistema, toda la estructura, se ha convertido en una gran mentira. 
Afortunadamente aún quedan algunos aventureros que quieren llamar cada cosa por su nombre. 

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