La voluntad de vivir



El viejo pensador observaba, tras el visillo, la caída de las hojas y de pronto, apareció en la calle un vasto ejército que hablaba en algo, parecido al francés.  Reparó que serían esas tropas napoleónicas de las que según decían avanzaban, queriendo imponer la gloria de la Ilustración, de la razón, de la revolución. 
Al cabo de los meses, no tardó mucho tiempo en verlos desde su ventana regresar ateridos de frío. Los más, venían escuálidos quizá del hambre y el sufrimiento, pero sobre todo veía en sus caras el amargo licor de la derrota.  
La maldita sinrazón,  una vez más, venía a revelar que algunos esfuerzos son absurdos.

En estos tiempos, que se diseña la sustitución del hombre por la máquina, pero no una máquina cualquiera, sino una máquina pensante, asistimos a nuevas reflexiones sobre el ímprobo esfuerzo de la ciencia para obsequiarnos la felicidad.
Hay cosas que la razón no entiende, porque el entendimiento es justamente fruto de la percepción, muchas veces sensible, que a cada cual nos hace descubrir un mundo diferente. Unas veces, esto es una virtud, otras, el origen de nuestros conflictos. 

Se puede vivir en tiempos de sinrazón porque siempre hay alguien a quien amar, a una familia que cuidar. Porque hay que disfrutar de lo que la naturaleza y el arte nos ofrecen. Porque la poesía es un ajuste de cuentas con la realidad y porque la curiosidad nos promete un venturoso avance. 

Si el viejo filósofo viviera en nuestros días nos volvería a proclamar la voluntad de vivir, porque como dijera Sabina “hay más de cien motivos que valen la pena”.

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